El niño y la Enfermedad Inflamatoria Intestinal
Introducción
La Enfermedad de Crohn y la
Colitis Ulcerosa son enfermedades crónicas que requieren un compromiso a largo plazo de todos los agentes implicados en su
terapéutica. El tratamiento de los niños y adolescentes con estas enfermedades
inflamatorias intestinales (EII) presenta algunas características que siempre
conviene tener en cuenta. Al igual que en los adultos, el objetivo principal es
inducir y mantener en remisión la actividad de la enfermedad, así como
minimizar las complicaciones derivadas de ésta y de los tratamientos que se
establezcan. Un punto fundamental en la terapia de los pacientes pediátricos es
tratar de obtener un crecimiento y desarrollo normal. Para esto, es preciso
establecer programas individualizados, que deben incluir medidas nutricionales,
farmacológicas, psicosociales, y ocasionalmente intervenciones quirúrgicas.
Un diagnóstico precoz, una
nutrición adecuada y un control de la actividad de la enfermedad son las
premisas necesarias para obtener un crecimiento lineal optimo, una maduración
sexual correcta, así como una buena calidad de vida. Al contrario que en los
adultos, en los cuales predominan los síntomas gastrointestinales, en los niños
y adolescentes estos son con frecuencia muy sutiles e inespecíficos.
Desgraciadamente, esto no sólo retrasa el diagnóstico de la enfermedad, sino
que en ocasiones produce una percepción de falta de actividad de la misma, lo
que da lugar a que los pacientes, los padres y a menudo los médicos, sean
reacios a establecer intervenciones terapéuticas más agresivas. Tanto los
propios pacientes como sus padres necesitan ser informados, de que seguir las
conductas básicas del tratamiento de estas enfermedades, es compatible con una
vida saludable y fructífera. Además, la participación activa de la familia en
la adhesión del niño al tratamiento es fundamental para conseguir los objetivos
marcados. La negativa y la mala adherencia a los programas terapéuticos por
parte de los pacientes y sus padres, es la mayor causa de recaída en las EII.
Unos incentivos especialmente interesantes para obtener una buena respuesta a
nuestra propuesta terapéutica, son el deseo de obtener el máximo potencial de
crecimiento y maduración, así como el conocer las posibles consecuencias de la
no adhesión al tratamiento.
Epidemiología
Existen numerosas dificultades
para conocer de forma precisa los datos de incidencia de ambas enfermedades en
la edad pediátrica, pero la mayoría esta de acuerdo que las EII se manifiestan
durante la infancia y adolescencia en un 20% de los casos. Los estudios
epidemiológicos en niños no son muy numerosos y en nuestro país son
prácticamente inexistentes.
En Europa al igual que en América
del Norte se ha comunicado un incremento neto de las EII pediátricas en la
década de los 80-90 (1,2,3,4) y este incremento se ha producido por el mayor
número de casos de EC, que en algún país incluso ha doblado su numero (1). Sin
embargo la frecuencia de CU permanece estable (Tabla I).
Tabla I : Incidencia de EII en
niños y adolescentes
Incidencia
100.000
hab. Año
País Edad Años de estudio EC CU
diagnóstico
Escocia (2,3) ≤ 16 años 1981-83 2.3 1.6
1990-92 2.8 -
Gales (1) <16 años 1989-93 3.1 0.7
Francia (6) ≤15 años 1984-89 2.1 0.5
Noruega (7) ≤15 años 1984-85 2.5 4.3
Dinamarca (8) <15
años 1962-87 0.2 2.0
Canadá (9) ≤17 años 1991-96 3.7 2.7
La variabilidad geográfica de las
EII es notable. Son más prevalentes en Norte América y Nor-Oeste de Europa,
especialmente Escandinavia y Reino Unido. En el sur de Europa, Sudáfrica, y
Australia las tasas de incidencia son algo más bajas y estas enfermedades son
raras en Asia, Africa, y América Latina. No obstante la distribución entre EC y
CU es similar en todo el mundo. Un estudio colaborativo Europeo cuidadosamente
diseñado, confirma que las tasas de incidencia son más altas en las regiones
del norte que en las del sur, pero este gradiente norte-sur es menos importante
de lo que previamente se decía (5). Las
cifras de incidencia para la EC en niños y adolescentes en Noruega y
Francia (6,7) son similares, de 2.5
y 2.1 respectivamente. Las tasas de
incidencia en niños y adolescentes Norteamericanos son algo superiores a las
que conocemos de la mayor parte de países de
Europa, con un 3.7 y 2.7 para la EC y CU respectivamente (9). En un estudio
retrospectivo multicéntrico del norte de España publicado en nuestro país hace
diez años (10), se encontró una incidencia de EC en niños menores de 15 años de
0.38 por 100.000, cifra muy inferior a las dadas en la literatura en esos años.
Así mismo la incidencia de CU fue de
0.19 por 100000 habitantes,
también muy inferior a las conocidas en países de nuestro entorno. No obstante,
la impresión general es que las tasas de incidencia de las EII en España son
más elevadas y de acuerdo con otras observaciones esta frecuencia es mayor en
las áreas geográficas más industrializadas, con un crecimiento progresivo de
los casos de EC.
El sexo masculino es el más
frecuente en los casos de EC de comienzo en la infancia
( 4,9
) al contrario de lo que se ha
descrito en algunas series de adultos (11). Es más frecuente en
la raza blanca y dentro de estos en los de origen judío sobre todo en los Ashkenazi (9, 12, 13). También existe un cierto grado de familiaridad en la
prevalencia de las EII (14,15,16,17) y
una mayor frecuencia de enfermedades autoinmunes entre los familiares de los
pacientes con EII pediátricas (4).
Clínica
La edad media de presentación de las EII pediátricas en
nuestro entorno es alrededor de los 9-10 años (10) , no obstante existen casos
en los que el diagnóstico se establece incluso en la época de la lactancia (
18,19,20,21,22,23). En estas edades se han descrito muy pocos casos de EII,
pero parece que están aumentando (24). Aunque por lo general estos casos tienen
una alta tasa de morbilidad y mortalidad, la experiencia de algunos autores
muestra que el diagnóstico a estas edades tan tempranas no implica
necesariamente un peor pronóstico y como en los pacientes de más edad, la
extensión y la severidad de la enfermedad determina la evolución (22).
El
intervalo medio entre el comienzo de los síntomas y el diagnóstico fue de 1 año
para la EC y de 8 meses para la CU, con un máximo de 7 y 3 años de intervalo
respectivamente, en la serie pediátrica publicada en el norte de España (10). No obstante estos plazos se están acortando, cuanto mayor
va siendo el grado de alerta de los pediatras ante esta enfermedad, considerada
hasta hace no muchos años como propia de la edad adulta.
La sintomatología de
las EII es muy variada y la frecuencia de los síntomas depende del tipo de
enfermedad, aunque cuando la EC se limita al colon los síntomas pueden ser
superponibles. No obstante, la diarrea, el dolor abdominal, la rectorragia, la
astenia, la perdida de peso, y la fiebre son los síntomas mas frecuentes. La frecuencia de los síntomas al diagnóstico en niños y
adolescentes con EC y CU pueden verse en la tabla II (10).
El
síntoma más característico de la CU es la diarrea muco-sanguinolenta. Cuando
solo esta afectado el recto (proctitis), se puede presentar, de forma
intermitente, sangre en unas heces que por otro lado pueden estar bastante bien
formadas y remedar de esta forma el cuadro de un pólipo rectal. Los
retortijones en el bajo vientre, sobre todo antes de defecar, son un
acompañante habitual de la diarrea, pero por lo general el dolor abdominal es
menos importante que en la EC. La perdida de peso y las alteraciones del
crecimiento también son por lo general menos importante en la CU que en la EC
(10).
Los
síntomas iniciales de la EC son más sutiles y varían en relación con la
extensión y la localización anatómica de las lesiones inflamatorias. Cuando
existe un dolor abdominal aislado, una anemia aislada o una perdida de peso,
que en un principio no harían sospechar una EII, un exploración cuidadosa nos
puede dar pistas que nos orienten a su diagnóstico. Un estancamiento de la
curva de crecimiento o un retraso puberal son signos muy inespecíficos de
enfermedad crónica, pero deberíamos tener en cuenta la EC en el diagnóstico
diferencial. Las lesiones perianales también deberían plantearnos este
diagnostico.
El
cuadro clínico de dolor abdominal y diarrea, acompañados de perdida de peso,
apetito y con frecuencia fiebre, constituyen el cuadro clásico de presentación
de la EC. Las manifestaciones extra-intestinales son frecuentes y pueden
incluir síntomas a diversos niveles como son artritis, uveítis, eritema nodoso,
aftas orales recurrentes, afectación hepática, etc…
Las
lesiones perianales pueden ser un síntoma aislado de presentación de la EC o
bien acompañar a los síntomas digestivos. La presencia de fístulas o abscesos
perianales recurrentes, así como las excrecencias cutáneas (tags), obligan a
descartar la EC.
El compromiso perianal, es una
complicación común en niños y adolescentes con EC. Su prevalencia no está del
todo clara, con cifras muy variables en
la literatura, que oscilan entre el 13 % y el 62 % de los casos (25). Esto
obedece probablemente, entre otros factores, a la falta de unanimidad en los
criterios de inclusión de ciertas lesiones, como papilas, colgajos
hipertróficos de piel, etc. Tolia (25), establece una clasificación de la
severidad de las lesiones perianales de la EC en el niño, que permite encuadrar
los distintos grados de afectación perianal y analizar su prevalencia en la
población pediátrica con EC.
La enfermedad perianal, puede
preceder o coincidir en el tiempo con la aparición de la enfermedad primaria, o
aparecer a lo largo de la misma (26, 27, 28). Está constituida por un grupo
complejo de lesiones, que además pueden confundirse fácilmente con otras
patologías, tales como enfermedades de transmisión sexual, hemorroides o abusos
sexuales ( 29 ). El diagnóstico de la EC, puede resultar difícil en aquellos
pacientes con afectación perianal y que no presentan otros síntomas.
La enfermedad perianal altamente
destructiva (EPAD), ha sido ampliamente descrita en la población adulta con EC.
Se caracteriza por ulceraciones cavitadas que no cicatrizan (30,31) o fístulas
complejas de alto débito (32) y se ha asociado a mal pronóstico (32,33). Sin
embargo, la EPAD ha sido escasamente referida en la edad pediátrica (23). Tiene
una importante morbilidad y es frecuentemente la principal causa de estrés
psicológico, sobre todo en adolescentes y adultos jóvenes, en quienes parece
ser más frecuente (34). Es habitualmente crónica, con respuesta variable al
tratamiento médico, muchas veces resistente al mismo, y en ocasiones puede
requerir cirugía.
La
EC puede presentarse como un retraso del crecimiento. Una curva de crecimiento
lenta y un retraso en la maduración sexual pueden preceder al desarrollo de la
clínica intestinal clásica y ser los síntomas guía en la presentación de la EC.
Esta alteración del crecimiento esta directamente relacionada con la
malnutrición secundaria a la reducción de la ingesta y de la absorción, así
como a un incremento de los requerimientos y de las perdidas de nutrientes. Además
la propia enfermedad tiene un potente efecto anorexigeno, probablemente debido
a la producción excesiva de citoquinas proinflamatorias como la Interleukina 1
o el Factor de Necrosis Tumoral. Más
tarde, con la evolución de la enfermedad, se puede añadir a esto la repercusión
de la terapia corticoidea sobre el crecimiento (figura 1).
En ocasiones, cuando lo que predomina es la pérdida de peso,
la EC puede simular una anorexia nerviosa. En la serie de pacientes pediátricos
del norte de España (10) (figura 2) el 54.5% de los niños con EC presentaban un
grado de desnutrición más o menos importante al diagnóstico y un 24% retraso de
crecimiento. Estos síntomas fueron menos acusados en la CU.
Tanto
la EC como la CU, pueden presentar acompañando a los síntomas intestinales o
incluso precediéndoles, manifestaciones extraintestinales (tabla I). Los
órganos que con mayor frecuencia se ven envueltos son la piel, las
articulaciones, el hígado, los ojos y los huesos (35).
Diagnóstico
No existe ningún test que por si
mismo diagnostique la EC o la CU. El diagnóstico se realiza sobre la base de
una historia clínica compatible, y con el apoyo de estudios radiológicos del
intestino delgado y colon, junto con la ileo-colonoscopia y la toma de biopsias. A esto hay que añadir
la exclusión de otras causas de inflamación intestinal. Son muy importantes los
cultivos de heces para descartar infección por Slamonella, Shigella,
Campylobacter jejuni, E. Coli enterohemorrágico, y Clostridium difficille
(toxina). Las técnicas serologías son importantes para valorar la infección por
Yersinia o Entamoeba histolytica. También se debe realizar un estudio de
huevos, quistes y parásitos en las heces. En los casos de riesgo hay que
descartar la Tuberculosis intestinal. Hay que recordar, que en esta era de la
globalización y de los viajes por el mundo, la tuberculosis continua siendo una
amenaza (36).
Tras el estudio de los pacientes
podemos llegar a tres categorías diagnósticas: EC , CU y Colitis indeterminada.
Este ultimo diagnóstico se reserva para aquellos niños que tienen un
diagnostico histológico de colitis, pero en los cuales es imposible, al menos
de entrada, caracterizarla como una CU o una colitis de Crohn.
El diagnóstico de la EC en el
niño se basa en la combinación de la historia clínica y los hallazgos
radiológicos, endoscópicos e histológicos. Un diagnóstico de presunción se
puede realizar, cuando exista una historia clínica compatible y encontramos
hallazgos radiológicos típicos de EC. Un diagnóstico de certeza lo
realizaremos, al igual que en los adultos, cuando encontremos unos hallazgos
histológicos característicos. La presencia de granulomas no caseificantes en la
biopsia o la demostración de ulceraciones ileales en la endoscopia, o la
presencia de ileítis histológica con una apariencia radiológica característica,
son hallazgos que permiten establecer un diagnóstico definitivo de EC.
Para una aproximación diagnóstica
deberemos realizar una historia clínica detallada y una exploración física
minuciosa con un especial énfasis en la valoración del estado de nutrición y en
el desarrollo puberal. Una analítica básica debe incluir como mínimo, una
hematimetría completa con plaquetas y Velocidad de Sedimentación Globular
(VSG), una proteína C reactiva, y una determinación de albúmina sérica. Los
reactantes de fase aguda están elevados en el 90% de los niños con EC. Una
radiografía de carpo nos permitirá valorar la edad ósea y la maduración en los
niños con retraso de crecimiento.
Los estudios de imagen son muy
importantes para valorar la extensión de la enfermedad y tratar de diferenciar
la EC de la CU. La ecografía abdominal, con su nula agresividad, puede ser un
arma útil en la detección temprana de la EC en niños (38) y también puede ser
una excelente herramienta para el seguimiento de niños con EC (39,40). Los
estudios isotópicos con leucocitos marcados con Tc-HMPAO99m
constituye una técnica, mínimamente invasiva, muy útil en el diagnóstico y en
la estrategia terapéutica de las EII, ya que provee información de la
presencia, intensidad, y extensión de la enfermedad, especialmente en el ileon
terminal (41). Tiene una alta sensibilidad y especificidad, pero no reemplaza a
la endoscopia para el diagnóstico inicial, sobre todo por la necesidad de las
biopsias.
Indudablemente las clásicas
pruebas radiológicas con contraste de bario, continúan teniendo un valor muy
importante en el diagnóstico de las EII, pero las nuevas tecnologías como la
tomografía axial computerizada (TAC) y sobre todo la resonancia magnética (RM) son
herramientas que nos proporcionan una información muy valiosa para el
diagnóstico y seguimiento de estos pacientes. La RM utilizando una sustancia
hiperosmolar como el polietilen-glicol o el
manitol, para distender las asas intestinales,
puede mostrar lesiones intra y extramurales en la EC, provee una información
muy útil a cerca de la localización, extensión, y actividad inflamatoria de la
enfermedad, sin el uso de radiacciones ionizantes. Además es reproductible,
fácil de realizar y muy bien tolerada por los pacientes pediátricos. Su alta
correlación con la endoscopia ileal, la histología, así como con los índices de
actividad de la EC, convierten a esta técnica en una magnifica herramienta para
monitorizar la evolución de la enfermedad y evaluar el efecto de la terapia en
los niños con EC (42,43,44,45). Incluso algunos autores la han considerado como
una arma de primera línea en la aproximación diagnóstica del niño con sospecha
de EC (42).
Al igual que en la EC en los
casos de diarrea sanguinolenta en que se sospeche una CU es necesario realizar
una analítica básica similar que incluya los reactantes de fase aguda. Por lo
general, están menos alterados que en la EC y pueden permanecer normales a
pesar de presentar una inflamación extensa del colon.
Se ha sugerido que las
determinaciones de anticuerpos anti-citoplasma del neutrófilo (ANCA) y
anti-Saccharomyces cerevisiae (ASCA) pueden servir como screening de EII entre
los niños con síntomas sugestivos y ayudar a diferenciar la CU, donde los ANCA
son más frecuentes, de la EC donde son más frecuentes los ASCA. En un reciente
trabajo (37) que valora el papel de estas serologías y las compara con los
análisis de laboratorio rutinarios, concluye que estos test tienen una alta
especificidad para el diagnóstico de las EII, mientras que los análisis de
rutina son muy sensibles. Cuando estos test serológicos se combinan con el
sangrado rectal, la hemoglobina, y la VSG, la sensibilidad mejora notablemente.
Sin embargo en la mayor parte de los niños, con la historia clínica y los
análisis de laboratorio de rutina se puede establecerse la sospecha EII así
como la necesidad de estudios endoscópicos, añadiendo muy poco beneficio los
test serológicos.
Un punto importante en el
diagnóstico inicial y en los brotes evolutivos de las EII es valorar el grado
de actividad de la enfermedad. El impacto de las distintas estrategias
terapéuticas tiene una gran importancia en el programa de tratamiento de los
pacientes. En los niños con EC esta valoración debe incluir no sólo los signos
y síntomas habituales, sin también parámetros de crecimiento. Para la
monitorización de la respuesta terapéutica en esta enfermedad se usa un índice
denominado PCDAI (Pediatric Crohn’s Disease Activity Index), desarrollado en
1991 por Hyams y cols (46) como contrapartida al CDAI utilizado en los adultos,
que no tiene en cuenta parámetros propios de la EC infantil. Este índice valora
síntomas subjetivos (dolor abdominal, número de deposiciones liquidas, y estado
general-actividad ), examen físico ( peso, talla, exploración abdominal,
enfermedad perianal, y manifestaciones extraintestinales ), y tres tests de
laboratorio rutinarios (Hematocrito, velocidad de sedimentación globular y
albúmina). Este índice es el único que se ha validado en la EC pediátrica y es
el más usado para valorar la actividad de la enfermedad en todos los ensayos
clínicos (47,48). Recientemente se ha podido comprobar que este índice responde
a mejoras en la actividad de la enfermedad en periodos tan cortos como de 4-8
semanas, por lo que puede ser un instrumento útil en los ensayos clínicos con
cortos intervalos de tiempo (49). No obstante, recibe algunas críticas por
parte de los pacientes e investigadores, sobretodo por que incluye tests de
laboratorio que requieren una punción venosa y esto puede ser especialmente
importante en los niños. En este sentido recientemente (50) se ha ponderado el
valor diagnóstico de los tres test de laboratorio y de las tres variables del
examen físico, empleados en este índice. Los autores ponen de manifiesto que la
exclusión de los tests de laboratorio y de dos parámetros (talla, y
manifestaciones extraintestinales) analizados en la exploración física del
PCDAI, no causa una perdida significativa de la capacidad discriminativa del
mismo, denominando a este nuevo instrumento "Indice clínico”. No existe un
índice de actividad para la CU pediátrica y se han utilizado varios para
reflejar el grado de actividad de la enfermedad (51,52,53,54). Estos índices de
actividad de las EII son útiles, cuando se estudia la respuesta terapéutica,
pero por lo general no ayudan a los médicos a determinar la actuación más
adecuada.
Tratamiento
La terapia de las EII esta
diseñada para inducir la remisión de la actividad de la enfermedad, mantenerla
y prevenir las recaídas. En pediatría un crecimiento normal y el desarrollo
puberal son indicadores adicionales del éxito del tratamiento y del
mantenimiento de la remisión. Es de gran importancia establecer no solo la
severidad de la enfermedad sino también su naturaleza , localización y
extensión, para de esta forma poder establecer un plan de tratamiento adecuado,
que va a incluir una combinación de medidas nutricionales, medicamentosas y
posiblemente cirugía. En pediatría y en unas enfermedades crónicas como estas,
tienen especial relevancia los efectos a largo plazo de los tratamientos. La no
adhesión a los mismos también es un problema muy importante, especialmente en
los adolescentes.
Medidas
nutricionales
En los adultos, la alimentación
enteral no es tan efectiva como los corticoides en el tratamiento primario de
la EC, sin embargo cada vez hay más evidencia de su eficacia en los niños
especialmente en los de nuevo diagnóstico (55). La alimentación enteral mejora
la nutrición, promueve el crecimiento y el desarrollo puberal y evita la
toxicidad sistémica de los corticoides. No hay suficientes evidencias para
preferir las dietas elementales sobre las dietas poliméricas, más baratas y de
mejor sabor, para el tratamiento de niños con EC (56-60). Tampoco existen
evidencias, como se ha sugerido, que las colitis de Crohn sean refractarias a
la terapia nutricional (55). La alimentación enteral también puede promover el
mantenimiento de la remisión en niños con EC (61). La terapia nutricional es de
especial importancia en el tratamiento de complicaciones extraintestinales,
tales como el retraso del crecimiento y de la maduración sexual de los
pacientes con EII (62-65). En la CU la nutrición como terapia primaria tiene
poco éxito (66).
Un tratamiento de dos semanas con
nutrición enteral en un niño con EC es suficiente para que desaparezca la
inflamación aguda. Cuando este tratamiento se prolonga durante cuatro semanas
se mantiene una remisión de la enfermedad de forma comparable a los pacientes
tratados con esteroides (67) y cuando el
tratamiento se prolonga durante 11 semanas, la tasa de recaídas a largo plazo
es menor en el grupo tratado nutricionalmente, 1 de 10, que en el grupo de
esteroides, 5 de 9 (68). Estos resultados conducen considerar el tratamiento
nutricional con alimentación enteral, como el tratamiento de elección para los
pacientes con brotes agudos de EC en edad pediátrica (69). Estos resultados
también se obtienen con la nutrición parenteral (70) y esta puede ser muy
importante en algunos pacientes sobre todo cuando se realiza de forma
domiciliaria (71), pero obviamente la nutrición enteral es la preferida.
En un estudio retrospectivo (61)
el 60 % de los pacientes que habían inducido la remisión con una alimentación
enteral, recaían 12 meses más tarde, mientras que los pacientes que continuaban
con una alimentación enteral nocturna permanecían en remisión más tiempo. Otro
estudio (72) randomizado y controlado analiza, como terapia de mantenimiento de
la EC durante 80 semanas, una terapia
nutricional cíclica (dieta semielemental exclusiva 4 semanas cada
periodo de 16 semanas) versus dosis bajas de prednisona (0.33 mg/kg cada dos
días). En el se pudo comprobar que los niños que recibían terapia nutricional
tenían significativamente menos recaídas y un marcado incremento de la velocidad
de crecimiento.
Recientemente se ha
publicado (73) como tras el éxito de la alimentación enteral en el tratamiento
de la EC activa, la administración de una dieta polimérica suplementaria sin
restricción de la dieta normal se asocia a una prolongación de los períodos de remisión en niños y
adolescentes.
Como resumen y
basados en los resultados de diversos estudios pediátricos (55) podemos decir
que la nutrición enteral como terapia primaria esta indicada para inducir y
mantener la remisión y para mejorar el crecimiento; la estrategia para inducir
la remisión consiste en la administración durante 6 o más semanas de una dieta
polimérica, a poder ser por vía oral,
o si esto no es posible mediante
sonda nasogástrica de forma continua o internitentemente por las noches; no
deben comer ningún otro alimento por boca excepto agua; la ingesta calórica y
proteica deben ser cuando menos el 140% - 150 % de las RDA para la altura y la
edad (74). Para el mantenimiento de la remisión se puede utilizar un tubo nasogástrico
o se puede valorar la realización de una gastrostomía endoscópica percutánea y
administrar una alimentación nocturna 5/7 días por semana o una alimentación
enteral exclusiva intermitente 1 de cada 4 meses. Durante el tratamiento es
interesante valorar el gasto energético en reposo, si es posible, y hacer una
valoración antropométrica así como del estadío puberal. Antes de realizar una gastrostomía percutanea
endoscópica, es necesario realizar una endoscopia y biopsia del estómago para
descartar EC gástrica. En todo caso la administración de una dieta polimérica
suplementaria, sin restricción de la dieta normal, puede ayudar a mantener la
remisión en niños y adolescentes.
Medidas
farmacológicas
El tratamiento farmacológico
constituye uno de los pilares fundamentales del tratamiento de las EII en niños
y adolescentes. Las armas terapéuticas utilizadas en ambas enfermedades son
similares pero no idénticas.
Los Aminosalicilatos, la
sulfasalacina y el ácido 5-aminosalicílico (5-ASA, mesalamina o mesalazina),
son drogas de primera línea que tienen unos modestos efectos
antiinflamatorios. Se usan habitualmente
para tratar un grado de actividad leve o moderado de la enfermendad, mantener
la remisión, y prevenir la recaída de la EC después de la cirugía (75,76,77).
Se ha visto que existe una respuesta dosis dependiente tanto en la terapia de
la enfermedad activa como en el mantenimiento (75, 77). Las preparaciones
orales y rectales se pueden utilizar en
combinación para obtener el máximo beneficio y obtener los efectos deseados.
Una recomendación importante en el tratamiento de los niños con EII es que debe
evitarse cualquier preparado de salicilato durante las 6 semanas siguientes de
recibir la vacuna de la varicela, dado el mayor riesgo teórico de padecer un
síndrome de Reye. Los datos
farmacodinámicos respecto a los aminosalicilatos en niños son muy limitados.
Son efectivos en la CU y en el mejor de los casos han mostrado una mínima
eficacia en mantener la remisión en la EC. La mesalazina es actualmente más
popular que la sulfasalacina por el temor a los efectos secundarios de esta
(78), pero hay que tener en cuenta que la sulfasalacina es más barata y puede
administrarse más fácilmente como suspensión que las tabletas de mesalazina
(55). La dosificación del 5-ASA es de 50-100 mg/kg/ día, máximo 4 gr /día, en tres o cuatro dosis. La
dosis de sulfasalacina es de 25-40 mg/kg/día, en dos a cuatro dosis, aumentando
lentamente hasta 50-70 mg/kg/día con un máximo de 4-6 gr/día.
Los corticoesteroides junto con la
sulfasalacina y el 5-ASA han sido ampliamente usados como tratamiento primario
tanto de la EC como de la CU. Su toxicidad es el mayor inconveniente para su
uso. La desmineralización ósea y el retraso del crecimiento son las principales
desventajas que presenta su utilización. El crecimiento lineal es habitualmente
normal cuando se usan regimenes de días alternos en la administración, no
obstante no existen estudios controlados y randomizados que analicen este
régimen de tratamiento, por lo que la terapia con corticoides a días alternos
no se recomienda a largo plazo. Las nuevas formulaciones de los esteroides como
es la budosemida tienen como objetivo obtener el máximo efecto a nivel de la
mucosa intestinal minimizando los efectos sistémicos. La utilización a corto
plazo se ha relacionado con menos efectos secundarios que con los corticoides
clásicos. No obstante la administración prolongada en los niños con asma ha
mostrado que afecta la tasa de crecimiento, aunque la reducción en la velocidad
de crecimiento se ha mostrado transitoria y la talla adulta no se ha visto
afectada (55). Recientemente se han realizado dos estudios (79, 80)
multicéntricos, controlados y randomizados, comparando la budosemida vs la
prednisolona en niños con EC activa. En ambos estudios no se han podido
establecer diferencias significativas, en cuanto a la eficacia, entre la
budosemida y la prednisolona, pero los efectos secundarios asociados al uso de
corticoides fueron mucho menores en el grupo tratado con budosemida. Se han descrito
una hipokaliemia severa (81) y una hipertensión intracraneal benigna (79) en
niños en tratamiento con budosemida oral. Los enemas de budosemida son una
buena opción en niños con CU (82). La dosis de prednisona en niños es de 1-2
mg/kg/día máximo de 60 mg/día. No esta
bien establecida la dosis de budosemida en niños, por lo que se utiliza la
dosis de 8-9mg/día del adulto (83).
Los antibióticos han sido usados
en el tratamiento de las EII, pero existen pocos datos acerca de su papel en el
tratamiento. El agente que más se ha utilizado ha sido el metronidazol y aunque
no existen ensayos controlados en población pediátrica, parece ser seguro y
relativamente efectivo en la EC perianal de los niños (84). La eficacia de las
quinolonas como el ciprofloxacino no ha sido estudiado en niños con EII.
El papel de los Probióticos ha
sido valorado en dos estudios pediátricos (85, 86). Los resultados parecen
prometedores pero su eficacia en el tratamiento y mantenimiento de la remisión
en la EC debe ser todavía aclarado. Por tanto no pueden ser recomendados de
rutina en el tratamiento de las EII, sin embargo pueden ser útiles como
coadyuvantes, sobre todo para mantener la remisión de la enfermedad.
La seguridad y eficacia en niños
de los tratamientos con Azatioprina y su
metabolito la 6-Mercaptopurina, han sido estudiados, hasta muy recientemente,
solo en revisiones retrospectivas (87, 88). Se vio una mejoría clínica parcial
o completa y se pudo discontinuar los corticoides en la mayoría de los
pacientes. Las recaídas después de la cirugía también se pueden prevenir con
estos fármacos (89). En un reciente
estudio (90) para valorar el papel de estos fármacos en la terapia de la EC de
nuevo diagnóstico, se pudo comprobar que la remisión se inducía igual que en el
grupo control que solo recibió corticoides, pero las recaídas fueron mucho más
frecuentes en ese grupo control. También se han mostrado efectivos para el
tratamiento de la EC perianal de los niños (91).
Basados en estos datos podemos
considerar que la Azatioprina y la 6-Mercaptopurina pueden ser considerados en
el tratamiento inicial de la EC en niños, aunque dado el retraso en el comienzo
de su acción se deban combinar con corticoides o terapia nutricional al menos
durante tres meses. También se pueden utilizar para el mantenimiento de la
remisión tanto en la EC como en la CU, cuando los esteroides no pueden ser
disminuidos y retirados del tratamiento o existen muchas recaídas. Además se
pueden utilizar como profilaxis después de la cirugía en la enfermedad perianal.
La dosificación de la Azatioprina es de 2-2.5 mg/kg/día en una sola dosis y de
la 6-Mercaptopurina 1.5mg/kg/día en una sola dosis. Se puede mantener el
tratamiento incluso durante cuatro años o más, ajustando la dosificación a la
ganancia de peso. Se deberán establecer los mismos controles que para los
adultos. Las dosis se pueden modificar ahora en base al genotipo TPMT y a los
niveles de metabolitos de la thiopurina.
Existen varios estudios
pediátricos que ponen de manifiesto la eficacia de la cyclosporina en niños con
CU severa que no responde a otros tratamientos (92, 93, 94) y con este fármaco
se puede evitar una colectomía de urgencia. Cuando la cirugía se hace
imprescindible la cyclosporina nos puede proporcionar el tiempo necesario para
preparar a las familias para la aceptación de este tratamiento. Dados las
numerosos efectos secundarios su utilización en pediatría debe restringirse a
centros con experiencia donde se puedan determinar niveles del fármaco.
Existe poca experiencia en el uso
del Methotrexate en niños con EC y solo
se debe considerar su uso en niños que no respondan a las terapias
convencionales con esteroides o Azatioprina /6-Mercaptopurina.
El éxito del Infliximab en los
adultos con EC moderada-severa refractaria al tratamiento convencional o con
enfermedad fistulizante, ha hecho que se evalúe este fármaco en niños. La
experiencia es todavía muy limitada (95, 96) aunque estimulante.
Nuevos fármacos se están
añadiendo al arsenal terapéutico de las EII, existen varios ensayos (97,98,99)
pioneros realizados con Talidomida, Tacrolimus y Hormona de Crecimiento en
niños con EC y CU cuyos resultados parecen estimulantes, no obstante habrá que
esperar a que se confirmen para poder recomendar su uso pediátrico.
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