La malnutrición energético-proteica
(MEP), tan frecuente en las enfermedades gastrointestinales y hepáticas,
es una complicación particularmente relevante de la Enfermedad
Inflamatoria Intestinal (EII). Además, tanto en la colitis ulcerosa (CU)
como en la enfermedad de Crohn (EC), se han descrito alteraciones del
status de diversos micronutrientes, algunos de los cuales con
importantes funciones metabólicas. En consecuencia, la existencia de
estos déficits nutricionales puede condicionar la evolución clínica de
estos pacientes. En los últimos años, se han acumulado datos en favor de
que diversos déficits nutricionales presentes en los pacientes con EII
puedan tener un papel relevante en la fisiopatología del proceso
inflamatorio. Por este motivo se ha sugerido que la nutrición
artificial, además de sus efectos meramente nutricionales, podría
ejercer un efecto terapéutico primario sobre la inflamación intestinal,
en determinadas circunstancias. En
el presente capítulo se discuten las causas y consecuencias de los
déficits nutricionales en la EII, con especial énfasis en sus
implicaciones fisiopatológicas. Además, se sientan las bases de la
intervención nutricional en estos pacientes tanto desde la perspectiva
del consejo dietético como del uso de soporte nutricional especializado.
Se hace un espacial énfasis en la discusión de las evidencias
existentes en favor de un papel terapéutico primario de la nutrición
artificial y algunos nutrientes específicos en la EC. MEP en la EII La
prevalencia de MEP en la EII oscila entre el 20% y el 85%, dependiendo
de las series. Las razones de esta heterogeneidad dependen del método
utilizado en el diagnóstico de MEP, del tipo de pacientes estudiados
(activos o inactivos, hospitalizados o ambulatorios), así como de la
extensión y/o localización de la EII. Además, dado el distinto curso
clínico de la CU y la EC (generalmente a brotes agudos en la primera y
más crónico e insidioso en la segunda) los pacientes con CU suelen
presentar formas agudas de MEP (vg. kwashiorkor-like), mientras que en
la EC predominan las formas marasmáticas o mixtas de malnutrición1. La
etiología de la MEP en la EII es multifactorial. Los mecanismos
principales que conducen al desarrollo de malnutrición en estos
pacientes son: a) ingesta dietética pobre o inadecuada; b) trastornos
del metabolismo energético; c) pérdidas proteicas a través del intestino
inflamado, y d) grados variables de malabsorción de nutrientes. Entre
las causas de mala ingesta en la EII cabe citar las náuseas y vómitos
de estos pacientes, el dolor abdominal, la afectación del tracto
digestivo alto por EC (poco habitual), los episodios de obstrucción
intestinal, etc. Pero la causa más importante es la anorexia ligada a la
propia inflamación. Los mecanismos patogénicos hoy día aceptados para
la EII tienen como fenómeno pivote la activación de linfocitos T helper y
macrófagos con la consiguiente liberación de citokinas proinflamatorias
(TNF-α, IFN-γ, IL-1, IL-6, etc.)2. Estos mismos fenómenos
están también en la base patogénica del síndrome de anorexia-caquexia
asociado al cáncer u otras situaciones clínicas entre las cuales la EII
no tiene por qué ser una excepción3. Estudios recientes en
modelos experimentales de EII parecen demostrar que el exceso de
citokinas proinflamatorias sería el responsable de la anorexia y mala
ingesta de estos animales, estimulando la liberación de serotonina a
nivel hipotalámico4,5. El gasto energético en reposo (GER) se ha encontrado aumentado6,7, normal8,9 o incluso disminuido en la EII10.
Sin embargo, cuando el GER se ajusta para la cantidad de masa magra, se
pude demostrar que aumenta en relación a la actividad inflamatoria de
la enfermedad11. Más importante que esto, cada vez existen
más evidencias que los pacientes con EII presentan un patrón de consumo
de sustratos energéticos similar al que se produce durante el ayuno
prolongado; es decir, disminución de la oxidación de carbohidratos y
aumento de la lipólisis con la consiguiente depleción de la reserva
grasa que ello conlleva12,13. Este fenómeno ocurriría no solo en la enfermedad activa, sino probablemente también en los pacientes en remisión14. La
pérdida proteica a través de la mucosa intestinal inflamada y ulcerada
es un fenómeno lógico pero escasamente evaluado. Estudios recientes, sin
embargo, parecen confirmar la existencia de enteropatía perdedora de
proteínas (evaluada mediante aclaramiento fecal de α1-antitripsina)
tanto en los pacientes con EC activa como inactiva15. Por
último, la malabsorción es un fenómeno que sólo adquiere gravedad en
casos (por fortuna infrecuentes) de afectación extensa del intestino
delgado por EC. Sin embargo, los pacientes con EC que afecta alíleon
terminal (una de las localizaciones más habituales de la enfermedad)
pueden presentar malabsorción selectiva de algunos nutrientes como la
vitamina B12 o de sales biliares (lo cual puede favorecer la esteatorrea)1. Aun
en ausencia de datos objetivos que lo demuestren, en general se
considera que la MEP tiene una amplia gama de consecuencias de carácter
general, y es capaz de modificar el curso clínico y la respuesta al
tratamiento de la EII (tabla I).
Entre las consecuencias de la MEP en la EII tienen especial relevancia
el retraso de crecimiento y la enfermedad metabólica ósea. En
niños y adolescentes con EII, la MEP se considera un factor primordial
en la patogenia del retraso de crecimiento y desarrollo que se puede
observar en el 20% a 30% de pacientes, sobre todo en los afectos de EC.
De hecho, el retraso de crecimiento se considera la complicación
extraintestinal más frecuente de la EC en la edad pediátrica. Hasta un
tercio de adultos con EII diagnosticada en la infancia muestran un
déficit pondero-estatural irreversible16. Otro estudio
retrospectivo en 100 niños con EC demostró que la mitad de los niños con
retraso de crecimiento en el momento del diagnóstico permanecían con
una estatura inferior a la normal en la edad adulta17. A la
vista de estos datos es lógico concluir que la recuperación de la
velocidad de crecimiento deba ser un objetivo fundamental del
tratamiento de la EII en la infancia y adolescencia. El retraso de
crecimiento en la EII se ha atribuido a factores relacionados con la
propia enfermedad y trastornos hormonales, además de a la malnutrición.
Sin embargo, el hecho de que el crecimiento se acelera cuando estos
niños se incluyen en un plan de rehabilitación nutricional, apoya el
concepto de que la malnutrición es un factor etiológico de primera
magnitud de esta complicación. La disminución de la densidad mineral ósea es una grave complicación de la EII. Su prevalencia global alcanza el 45%18-20, siendo más frecuente en la enfermedad de Crohn que en la colitis ulcerosa21.
La disminución de la densidad mineral ósea es particularmente
importante en niños y adolescentes, en la medida que el riesgo de
fracturas en la edad adulta se relaciona estrechamente con el pico de
masa ósea que se alcance al final de la pubertad. La
actividad inflamatoria de la propia EII, el uso de esteroides y el sexo
femenino son factores de riesgo conocidos de osteopenia en estos
enfermos. Sin embargo, el bajo peso corporal, la hipoalbuminemia, el
déficit de vitamina D y la necesidad de recibir nutrición artificial
(como variable subsidiaria de la presencia de malnutrición) se han
identificado también como predictores de enfermedad metabólica ósea, lo
que pone de manifiesto que ésta es también una complicación nutricional
de la EII18,22. Déficit de micronutrientes en la EII Los
pacientes con EII presentan una amplia variedad de déficits de
micronutrientes que suele ser más evidente e intenso para aquéllos con
actividad antioxidante (carotenos, vitamina E, vitamina C, vitamina A,
zinc y selenio)23-26. Estos déficits, que pueden ocurrir
tanto en la enfermedad activa como en remisión, no suelen provocar
manifestaciones clínicas específicas pero sin duda disminuyen la defensa
antioxidante en una enfermedad en la que el estrés oxidativo está
aumentado. Estudios
recientes han demostrado una correlación inversa entre el status de
algunos antioxidantes como el selenio y los niveles séricos de TNF-α en
pacientes con EC27. Por otra parte, es plausible que los
déficits subclínicos puedan ser también relevantes. En este sentido,
diversos autores sugieren que el déficit subclínico de vitamina B12
podría contribuir a la hiperhomocisteinemia de los pacientes con EC y,
de este modo, contribuir al aumento del riesgo trombótico bien conocido
de estos pacientes28,29. Consejo dietético en la EII: ¿Restringir o permitir? Durante
décadas, los médicos -y, en particular los gastroenterólogos- basaron
sus consejos dietéticos en los pacientes con EII (y, de hecho, en la
mayor parte de pacientes con enfermedades del tracto gastrointestinal)
en un criterio universal de restricción. Este criterio se fundamentaba en el concepto de que el "reposo intestinal" era poco menos que una condición sine qua non
para resolver el brote de EC o CU, y se veía favorecido por las
frecuentes y variadas intolerancias alimentarias que estos pacientes
manifestaban. En el platillo opuesto de la balanza se sitúan los
déficits nutricionales tan frecuentes en los pacientes con EII, de cuyas
consecuencias no comenzamos a ser conscientes hasta los años 1980s.
Este argumento ha ido ganando terreno en los últimos años, de modo que
la tendencia actual consiste, como veremos, en recomendar una dieta lo más libre y variada posible. Como
se ha mencionado, la intolerancia es una queja frecuente de muchos
pacientes con EII. En un estudio prospectivo en el que se evaluó la
tolerancia alimentaria en la EII, el 65% de los 130 pacientes que
completaron el cuestionario manifestaron intolerancia a algún tipo de
alimento, circunstancia que se produjo en tan sólo el 14 % de un grupo
de 70 controles sanos (p < 0,0001)30. Los alimentos más
comúnmente intolerados (entre el 23 % y el 40% de los casos) fueron las
verduras y frutas, los lácteos, la carne y el pan. Además, alrededor de
una tercera parte de los pacientes intoleraban más de dos alimentos, y
cerca del 20% más de seis30. Un estudio mucho más reciente31
en 183 pacientes con CU corrobora estos hallazgos: casi el 50% de los
pacientes evitaban tomar algún tipo de alimento (sobre todo, lácteos,
frutas y verduras). No obstante, no es menos cierto que otro 22 %
tomaban cantidades suplementarias de estos mismos alimentos porque
tenían la percepción de que les sentaban particularmente bien, o
mejoraban su colitis31. A
pesar de su aparentemente elevada frecuencia, la intolerancia
alimentaria es un fenómeno relativamente inconstante en los pacientes
con EII. Pearson y cols.32 reintrodujeron alimentos
convencionales de manera escalonada en 28 pacientes con EC que habían
entrado en remisión gracias a una dieta elemental. Durante este proceso,
20 pacientes manifestaron intolerancia a alguno de los alimentos, pero
siete de ellos toleraron ese mismo alimento en una segunda exposición.
Es más, alguno de los pacientes que también manifestaron intolerancia
tras la segunda exposición fueron, no obstante, capaces de tolerarlo en
una tercera exposición a ciegas, e incluso algún enfermo respondió de
forma totalmente opuesta a dos reexposiciones a ciegas al mismo
alimento. Estos datos poden de manifiesto la dificultad de demostrar de
forma consistente las intolerancias alimentarias en la EII. Desde
esta perspectiva, la supresión por parte del paciente de cualquier
alimento que crea que "no le sienta bien" no parece ser una estrategia
eficaz ni recomendable. De hecho, en una serie amplia de pacientes con
CU mencionada anteriormente, los cambios que los pacientes introducían
en su dieta, basados en sus propias percepciones, no modificaron en
absoluto la tasa de recidiva de la colitis31. La
utilidad de eliminar de forma "reglada" aquellos alimentos que
desencadenan síntomas -lo que se conoce como "dieta de exclusión"- en la
EC ha sido defendida por diversos autores, sobre todo en el Reino
Unido, tanto por su potencial capacidad de prevenir la recidiva de la
enfermedad33, como por su efecto ahorrador de
corticosteroides y de determinadas complicaciones ligadas a la terapia
esteroidea. Hasta la fecha sólo se ha publicado un estudio prospectivo,
controlado y aleatorio que investigue el papel de la dieta de exclusión
en la prevención de la recidiva en la EC34, el diseño del
cual cabe calificar, como mínimo, de "peculiar". Se incluyeron 78
pacientes que habían entrado en remisión con una dieta elemental, los
cuales fueron aleatorizados para recibir una dieta de exclusión (vg.
introducción paulatina de alimentos con supresión de aquéllos que
producían síntomas) o prednisolona (40 mg/día) cuya dosis se redujo
progresivamente hasta su total supresión en 12 semanas (grupo control).
El manejo del grupo control es difícilmente justificable cuando es bien
conocido que los corticosteroides no son eficaces en el mantenimiento de
la remisión de estos pacientes. Sea como fuere, la tasa acumulada de
recidiva a los dos años fue significativamente inferior en el grupo
tratado con dieta de exclusión que en el grupo control (62% vs 79%; p = 0,048)34.
Sin embargo, un 62% de recidiva es una tasa relativamente elevada, lo
cual sugiere las dietas de exclusión deben ser útiles tan sólo en un
pequeño subgrupo de pacientes con EC, cuyas características están aun
por determinar. El
"reposo intestinal" fue, durante años, parte esencial del tratamiento
médico de los brotes de EII activa, de tal forma que los pacientes se
mantenían durante días (y a veces semanas) en ayuno asociado a
sueroterapia iv o, en el mejor de los casos nutrición parenteral total
(NPT). Sin embargo, a partir de la segunda mitad de la década de los
ochenta se publicaron algunos estudios que demostraban que la tasa de
remisión tras el tratamiento esteroideo era similar con NPT, nutrición
enteral total (NET) o dieta oral convencional, tanto en pacientes con EC35 como CU activas36,37.
Por tanto, el"reposo intestinal" se ha convertido en un concepto
obsoleto de modo que, hoy en día, mantener a un paciente con EII activa
en ayuno total y sueroterapia iv debe considerarse como mala práctica. Es
obvio que el objetivo principal de la dieta en la CU y la EC es
prevenir y corregir la MEP asociada a estas enfermedades, mediante la
prescripción de una dieta lo más libre y variada posible, sin empeorar
(y, si es posible, mejorando) los síntomas de la enfermedad (dolor
abdominal, diarrea, etc.). En la actualidad, no se dispone de evidencias
suficientemente convincentes que incriminen a ningún alimento en el
desencadenamiento, perpetuación o empeoramiento de la actividad
inflamatoria en la EII. En consecuencia, y teniendo en cuenta la
necesidad de prevenir los déficits nutricionales, los pacientes con CU o
EC en brote deberían evitar sólo aquellos alimentos que de forma reiterada y sistemática
aumenten sus síntomas. De hecho, y como se ha comentado anteriormente,
la aparición o empeoramiento de un síntoma tras la ingestión de un
alimento concreto es, en la mayor parte de ocasiones, absolutamente
fortuita. Por consiguiente, si se atribuye todo síntoma al alimento
previamente ingerido se corre el riesgo de incurrir en una dieta
excesivamente monótona y, por tanto, restrictiva. En este contexto,
existen dos tipos de alimentos cuyo consumo suscita con frecuencia dudas
tanto entre los médicos como entre los pacientes: los lácteos y la
fibra. No existe ningún
fundamento científico para prohibir el consumo de productos lácteos a
los pacientes con CU y EC, por el mero hecho de padecer estas
enfermedades. Que se sepa, ningún componente de la leche es capaz de
favorecer la inflamación intestinal, desencadenar un brote y, mucho
menos, causar la enfermedad. Es bien sabido que la leche y sus derivados
son la más importante fuente de calcio, necesario para prevenir la
osteopenia de estos pacientes. Sin
embargo, también es cierto que un determinado porcentaje de individuos
de la población general (sobre todo en países de la cuenca Mediterránea)
presentan déficit de lactasa. Cuando la lactosa no absorbida en el
intestino delgado llega al colon puede provocar diarrea y/o flatulencia
de manera dosis-dependiente. Este fenómeno, que es absolutamente
independiente del hecho de padecer EII, puede ocurrir en pacientes con
estas enfermedades y, en estos casos, la ingesta de leche puede aumentar
sus síntomas (sobre todo la diarrea). No
obstante, estudios realizados por nuestro grupo sugieren que la
prevalencia de malabsorción de lactosa (evaluada mediante la excreción
de hidrógeno en el aliento) no es superior el los pacientes con EII que
en la población general38. Por tanto, los pacientes con EC y CU sólo deben limitar el consumo de leche durante los brotes si éste clara y reiteradamente aumenta su diarrea.
Además, la mayoría de pacientes que intoleran la leche pueden tolerar,
sin embargo, otros derivados lácteos como el yogur y los quesos curados,
cuyo contenido en lactosa es mucho menor. Por otra parte, hay que hacer
hincapié en que la intolerancia a los lácteos depende de la lactosa, y
no de la grasa que contienen, por lo que no hay razón alguna para
sustituir los productos lácteos enteros por otros desnatados o
semidesnatados. Durante
los brotes de EII es aconsejable hacer una dieta pobre en residuos,
particularmente en aquellos pacientes con formas estenosantes de EC, o
en brotes de CU grave o extensa. Esto implica eliminar de la dieta la
denominada fibra insoluble (lignina, celulosa). Este tipo de fibra
produce un residuo fecal abundante que puede facilitar la obstrucción
intestinal cuando hay estenosis, o dañar la mucosa frágil y ulcerada del
colon en un brote grave de colitis. Los alimentos ricos en fibra
insoluble son los alimentos integrales, los preparados que contienen
salvado de cereales y algunos vegetales particularmente "leñosos"
(espárragos, alcachofas, etc.). A
diferencia de la fibra insoluble, la fibra soluble (pectinas,
mucílagos, goma de guar, etc.), contenida sobre todo en frutas y
legumbres, produce menos residuo y, además, es fermentada por la flora
colónica, La fermentación de la fibra soluble produce diversas
sustancias, algunas de las cuales, como los ácidos grasos de cadena
corta (AGCC) -particularmente el butirato-pueden ser beneficiosos para
la EII. Se ha demostrado que el butirato es el substrato energético
preferido del colonocito, y se ha sugerido que una disminución de la
β-oxidación del butirato luminal, que ocasionaría un déficit energético
epitelial, puede estar implicado en la patogénesis de la CU39-41.
En los pacientes con CU se ha observado disminución de los niveles
fecales de AGCC en relación con la gravedad de la enfermedad40,41. La disminución de la β-oxidación del butirato se ha podido demostrar recientemente en la CU humana, incluso inactiva42,43.
Asimismo, estudios experimentales recientes han sugerido que el
butirato inhibe la producción de algunas citoquinas y la activación del
factor de transcripción NFκB, siendoéstas las primeras evidencias de un
efecto antiinflamatorio real del butirato44,45. Como
contrapartida, la fermentación de la fibra soluble produce gas
(hidrógeno, metano, anhídrido carbónico), que puede aumentar el dolor
abdominal y la sensación de flatulencia durante los brotes. Por tanto,
el consumo de alimentos ricos en fibra soluble sólo deberá limitarse si
produce estas molestias y dependiendo de su intensidad. Es más,
teóricamente, la ingesta de un tipo de fibra dietética fermentable, que
se degrade lentamente a lo largo de todo el colon, para asegurar
suficiente producción de butirato en el colon distal, podría ser
beneficiosa en el tratamiento de la CU. Sin embargo, en las fases de
actividad de la CU existe sangre en la luz del colon y, por tanto,
oxígeno, que favorece el crecimiento de bacterias anaerobias
facultativas, tales como Lactobacilli y Streptococci, que
son productoras de ácido láctico. Asimismo, el pH ácido en la luz del
colon, que se observa en las fases de agudización de la enfermedad,
comporta un freno de la fermentación bacteriana y que se produzca más
lactato que butirato. De hecho, se ha observado que los niveles de
lactato en las heces se hallan aumentados en los pacientes con CU activa46.
Dado que se ha mostrado que en el animal de experimentación el lactato
puede lesionar la mucosa intestinal por un mecanismo directo, se ha
sugerido que el aumento en la producción de este compuesto podría ser
perjudicial en la CU humana46. En
cambio la fibra fermentable podría ser útil en la CU inactiva. Un
ensayo clínico multicétrico español evaluó el efecto de un fibra
dietética fermentable (semillas de Plantago ovata) en el mantenimiento de la remisión en la CU inactiva47.
No se apreciaron diferencias significativas entre este tipo de fibra y
el tratamiento habitual con mesalazina (porcentaje de recidiva a los 12
meses: 40% vs 35%, respectivamente). Además, es de destacar que
en se observó un aumento en la concentración fecal de butirato en los
pacientes tratados con fibra, sugiriendo una fermentación lenta a lo
largo de todo el colon. Cabe remarcar, no obstante, que está claro si
otros tipos de fibras fermentables pueden inducir cambios cuantitativos y
cualitativos en la producción de AGCC similares a las semillas de Plantago ovata. Por ejemplo, la fermentación de las cáscara del Plantago ovata produce niveles totales de AGCC más bajos y, en proporción, niveles de butirato menores, que las semillas de Plantago ovata48.
Por ello, antes de recomendar el uso de un determinado tipo de fibra
dietética en la CU, será necesario realizar estudios in vitro para
examinar la capacidad de producir butirato de la misma, y posteriormente
in vivo para evaluar la llegada del butirato producido al colon distal. Soporte nutricional artificial en la EII En
general, y al igual que en otras situaciones clínicas, el uso de
soporte nutricional artificial en la EII está indicado cuando el estado
nutricional no se puede mantener de forma adecuada mediante la dieta
oral convencional. En este caso, la nutrición enteral con dietas-fórmula
químicamente definidas suele ser la técnica de elección, ya sea
suplementando la dieta normal (nutrición enteral parcial) o en forma de
nutrición enteral total. En ambos casos la nutrición enteral puede
administrarse por vía oral, a través de sonda de alimentación o mediante
otro sistema de acceso digestivo (gastrostomía, yeyunostomía). La
elección de una dieta-fórmula particular debería basarse en los
principios básicos de fisiología digestiva y de nutrición. En casos
extremos, cuando no es posible subvenir a las necesidades
energético-proteicas mediante nutrición enteral, está indicada la
nutrición parenteral. En algunos pacientes debe considerarse la
necesidad de nutrición artificial (enteral o parenteral) a domicilio. Son,
por tanto, candidatos a recibir un soporte nutricional artificial los
pacientes con malnutrición grave evidenciada por alteración de los
parámetros nutricionales. También, aquellos pacientes con malnutrición
moderada que no realizan una ingesta oral adecuada, ya sea por anorexia,
aumento de los requerimientos, presencia de malabsorción/maldigestión o
aumento de las pérdidas intestinales. Finalmente, existe un grupo
importante de pacientes que en la primera evaluación presentan un estado
nutricional normal o casi normal, pero en los que la gravedad del brote
es muy probable que origine malnutrición a corto plazo si no se inicia
un soporte nutricional artificial. Como se ha dicho, en todas estas
situaciones, la nutrición enteral es el tipo de soporte nutricional de
primera elección, siempre que exista un tracto gastrointestinal
accesible y, al menos en parte, funcionante. A continuación se
desarrollan algunos de estos aspectos, por separado para la CU y la EC. Colitis ulcerosa Se
aconseja un soporte nutricional artificial en los pacientes con brotes
de CU con actividad grave, sobre todo si se prevé la necesidad de
tratamiento quirúrgico a corto plazo o si existe malnutrición
energético-proteica asociada. Tradicionalmente, estos pacientes se
trataban con nutrición parenteral total con objeto de mantener el
intestino "en reposo". Sin embargo, hoy en día se sabe que no existe
evidencia científica para justificar el "reposo intestinal" en pacientes
con brotes graves de CU. Estudios controlados realizados en pacientes
con brotes de actividad grave tratados con corticoides demostraron que
el "reposo intestinal" mediante nutrición parenteral total no influía el
curso clínico en comparación con la dieta oral convencional36.
A pesar de ello, la nutrición parenteral promueve la ganancia de peso y
restaura, parcialmente, la función del músculo esquelético respiratorio
y periférico en estos enfermos. Esto es importante en pacientes que con
frecuencia requerirán tratamiento quirúrgico, con vistas a disminuir la
morbilidad postoperatoria. Por otro lado, la nutrición enteral total
parece ser más eficaz que la dieta oral para prevenir la malnutrición en
estos pacientes49. Por
todo ello, tiene especial interés un estudio controlado que comparó
nutrición enteral y nutrición parenteral como único soporte nutricional
en pacientes con un brote grave de CU tratados con dosis plenas de
corticosteroides37. No se observaron diferencias en el curso
clínico ni en el número de pacientes en los que fracasó el tratamiento
esteroideo y requirieron cirugía. Sin embargo, el número de infecciones
en el postoperatorio y de complicaciones relacionadas con la nutrición
artificial fueron significativamente más frecuentes con nutrición
parenteral total que con nutriciónenteral total. Estos resultados
indican que la nutrición enteral puede ser administrada en pacientes con
CU grave sin que esto empeore el curso clínico de la enfermedad y,
además, es bien tolerada y se asocia a un menor número de complicaciones
sépticas de la cirugía, en comparación con la nutrición parenteral. Con
todo, la nutrición enteral está absolutamente contraindicada en los
pacientes con CU que presenten como complicación megacolon tóxico, íleo
paralítico, obstrucción intestinal completa, perforación intestinal o
hemorragia gastrointestinal masiva. Enfermedad de Crohn El
soporte nutricional artificial, enteral o parenteral, es la única forma
de mantener el estado nutricional en algunos pacientes con EC extensa o
complicada. La simplicidad de su uso, su menor coste y la menor
frecuencia de complicaciones inherentes a la técnica ha hecho que la
nutrición enteral sea el tipo de soporte nutricional más utilizado en
estos pacientes. Por otro lado, se ha demostrado que para el tratamiento
de los mismos no es necesario el "reposo intestinal", incluso en casos
con fístulas o masa inflamatoria35. Sin embargo, la nutrición
enteral está contraindicada en pacientes con fístulas medio-yeyunales
de alto flujo, obstrucción intestinal completa, íleo paralítico, sepsis
intra-abdominal, hemorragia gastrointestinal grave o perforación
intestinal. En estos casos la nutrición parenteral total es de elección. Los
pacientes con múltiples estenosis intestinales que requieren una dieta
sin residuos estricta pueden necesitar nutrición enteral a domicilio
para mantener un aporte energético-proteico correcto. En estos casos,
está indicada la administración de suplementos orales bebidos, o en
casos más graves, la administración de la dieta de nutrición enteral a
través de una gastrostomía endoscópica percutánea. Por otro lado,
aquellos casos con múltiples resecciones y síndrome de intestino corto
pueden requerir el uso combinado a domicilio de nutrición parenteral
total (para subvenir las necesidad nutricionales) y nutrición enteral
(para promover la adaptación de intestino residual). Efecto terapéutico primario de la nutrición enteral en la EC En
la EC, la nutrición enteral podría ejercer un efecto antiinflamatorio
específico, y se ha sugerido que podría ser efectiva para inducir la
remisión clínica en los brotes de actividad de la enfermedad. Aunque
tres meta-análisis de los múltiples estudios controlados que se han
efectuado han concluido que los corticoides son significativamente más
efectivos que la nutrición enteral para inducir la remisión de la
enfermedad50-52, la tasa global de respuesta a la nutrición
enteral total fue del 60%, una cifra muy superior a la respuesta
esperada con un placebo (alrededor de un 20-30%)53,54. Estas
cifras deben analizarse con cierta cautela ya que no existe ningún
estudio que compare directamente la nutrición enteral con el placebo,
entre otras razones porque no se sabe qué composición debería tener una
"dieta placebo" en estas circunstancias. Por otro lado, en los
meta-análisis citados, los pacientes que fueron retirados de los
diferentes estudios debido a intolerancia a las dietas, se consideraron
como "fallo de tratamiento" en el análisis por intención de tratar. En
este sentido, el análisis combinado de los estudios controlados y de las
series amplias no controladas, tras excluir los pacientes retirados por
falta del cumplimiento terapéutico o por intolerancia a la dieta o a la
sonda de nutrición enteral, proporciona interesantes resultados55.
Dieciseis estudios, incluyendo 549 pacientes adultos con EC activa (al
menos 15 pacientes en cada estudio tratados con nutrición enteral) y con
un cumplimiento terapéutico adecuado, evaluaron el efecto de dietas
elementales (a base de aminoácidos), administradas durante al menos dos
semanas, en la inducción de la remisión clínica. Las tasas de remisión
obtenidas oscilaron entre 42% y 100%, con un valor medio de 79%. Por
otro lado, 124 pacientes adultos cumplidores con el regimen prescrito,
incluidos en 10 estudios, recibieron dietas poliméricas (a base de
proteína completa), siendo la remisión clínica media del 70% (límites:
36% a 90%). Estos datos apoyan el concepto de que la nutrición enteral
puede ser un tratamiento efectivo cuando es bien tolerada, y deberían
promover la realización de nuevos estudios controlados en la EC activa. Sea
como fuere, la variabilidad en la tasa de remisión entre los diferentes
estudios indica que no todas las dietas son igualmente eficaces en
inducir la remisión. Los mecanismos por los que la nutrición enteral
ejerce su acción terapéutica primaria no se conocen con precisión. La
hipótesis inicial que las dietas elementales (basadas en aminoácido
libres) serían particularmente efectivas, en virtud de su baja
antigenicidad, ha sido rebatida por los resultados del meta-análisis de
los estudios controlados que han comparado las dietas elementales versus
no-elementales (vg. peptídicas o con proteína entera), que demostraron
que ambos tipos de dietas eran igualmente eficaces en indicir la
remisión50. El papel de modificaciones más específicas de la
fuente nitrogenada de las dietas apenas ha sido investigado. Un estudio
reciente con pocos pacientes no ha podido demostrar que la adición de
glutamina incremente la tasa de remisión56. De hecho, la mejoría del índice de actividad fue mayor con la fórmula estándar. Por otro lado, existen datos en la literatura que sugieren que el tipo de grasa de las dietas puede ser importante57-59.
Así se ha sugerido que cambios cuantitativos o cualitativos en la
fuente lipídica podrían modificar la síntesis de eicosanoides y algunos
mecanismos inmunomoduladores, influyendo, por ello, en la evolución de
la enfermedad57. El número de pacientes en los diferentes
ensayos clínicos comparando fórmulas de nutrición enteral con diferente
cantidad de grasa es demasiado pequeño para extraer ninguna conclusión
acerca del efecto del contenido lipídico sobre la actividad de la
enfermedad. Sin embargo, se ha sugerido que las dietas pobres en grasas
(0,6% a 3% del total de calorías) se asocian a una respuesta favorable
con tasas de remisión que oscilan entre 60% y 100%, mientras que las
dietas con un contenido elevado en grasas (20% a 36% del total de
calorías) producen resultados contradictorios, con tasas de remisión
entre 36% y 92%, siendo más bajas para las dietas con el contenido más
elevado en grasa57,58. Además
de la cantidad, el tipo de grasa en la dieta puede ser importante.
Varios estudios han mostrado que diferentes tipos de grasas pueden
modular la producción de eicosanoides y citoquinas proinflamatorios60,
y el sistema de señales intracelular que trabaja a través de la vía del
fosfatidilinositol-4,5-bifosfato y de la proteín-quinasa C. Por todo
ello, se hipotetizó que las dietas con un contenido elevado de grasa
rica enácidos grasos poliinsaturados de la serie n.º 6, que son los
precursores de los eicosanoides y citoquinas con mayor actividad
proinflamatoria, podrían ser peores que las dietas con grasa
monoinsaturada57. En este sentido, un estudio multicéntrico
europeo ha evaluado si el efecto terapéutico de la nutrición enteral en
la EC activa guarda relación con la composición lipídica de la dieta. Se
trata estudio multicéntrico, doble-ciego, que evaluó el efecto de dos
dietas poliméricas con composición lipídica diferente, en comparación
con esteroides, en la inducción de la remisión clínica en la EC activa61.
Los resultados por intención de tratar mostraron una tasa de remisión
del 20% para la dieta rica en grasa monoinsaturada (dieta 1), 52% para
la dieta rica en grasa poliinsaturada n.º 6 (dieta 2), y de 79% para los
esteroides (p = 0,001, esteroides vs dieta 1). En el análisis
por protocolo -tras excluir los pacientes no cumplidores- las tasas de
remisión fueron 27% para la dieta 1, 63% para la dieta 2, y 79% para los
esteroides (p = 0,008, esteroides y dieta 2 vs dieta 1). Estos
resultados fueron una sorpresa para los autores, pues la dieta con grasa
monoinsaturada fue significativamente peor que la dieta con grasa
poliinsaturada de la serie n.º 6, con una tasa de remisión similar a la
que se puede obtener con un tratamiento placebo. Como posibles
explicaciones a estos resultados tan contradictorios en comparación con
estudios previos utilizando dietas con grasa monoinsaturada62,
los autores citan un probable exceso de grasa monoinsaturada (79% de la
grasa total) y la ausencia de triglicéridos de cadena media en la
composición lipídica de la dieta. Por otra lado, la fuente de grasa
monoinsaturada fue trioleína sintética, mientras que en los anteriores
estudios se utilizó aceite de oliva, por lo que no se puede descartar
que otros componentes de este aceite pudieran ejercer un efecto
antiinflamatorio. Por tanto, aunque los resultados de este estudio ponen
de manifiesto la importancia del tipo grasa de la dieta para explicar
el efecto terapéutico primario de la nutrición enteral en la EC activa,
no han confirmado las hipótesis iniciales. Es necesario hacer más
estudios en el futuro para dilucidar cuál es la composición lipídica de
la dieta más idónea en estos pacientes.
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